En
el partido más importante de su vida José Fernández no pudo ponchar a la
muerte. Había sorteado situaciones difíciles antes de llegar a Miami, como las
veces que intento fugarse de Cuba y fue encarcelado por las autoridades
cubanas, pero volvió a intentarlo otras
veces. En uno de esos intentos vivió el dramático momento de rescatar a su
madre de las aguas del mar. Fue un intento al final exitoso en 2007 y llegó con
su madre y su hermana en una precaria embarcación a México y luego a Tampa al
año siguiente, tenía 15 años.
No parece haber otra razón más obvia que la
oscuridad, quizás la luz del interior del bote acentuó más la oscuridad del
mar, simplemente no vieron el rompeolas atravesado en su camino. El bote quedó
destrozado. Todo tuvo que ser tan repentino que seguramente el preámbulo de la
muerte no le habrá permitido ver su vida
pasar frente a sus ojos ni a sus dos amigos tampoco, como ocurre al parecer, con todos los humanos que están a punto de
morir.
El día del accidente el pelotero estuvo en un bar-restaurante
pero no se ha establecido si estuvo ingiriendo algún tipo de bebida alcohólica.
En todo caso no hay indicio inmediato del uso de alcohol o drogas por parte de Fernández.
El reporte preliminar determinó que no murió
por ahogamiento sino por traumas y golpes sufridos durante el accidente.
También se conoció que una persona encontró en la playa un saco con cuatro
pelotas firmadas por José Fernández. El
rompeolas contra el cual chocó el
pelotero sobresale o se sumerge cuando
hay marea alta, eso facilitó a que ocurriera el accidente.
Esta vez no había público que te apoyara o
fuera testigo de éste último juego, solo el ruido de la nave rompiendo el silencio
de aquella madrugada de domingo y la velocidad del bote actuando como si fuera
un lanzamiento del destino hacia el home donde te esperaba la muerte con su
bate al hombro, que en la oscuridad de aquel rompeolas conectó su fatídico
batazo.
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